domingo, 9 de diciembre de 2012

Dibagando


Hoy te digo que todo cambia, aunque a veces sea lo mismo. Que el tiempo puede avanzar sin nosotros llevándose nuestro recuerdo. Que no es fácil, pero tampoco difícil. Y entonces tenemos nuestra famosa pregunta… ¿Por qué? No lo hay, y por extraño que parezca esa es la única explicación y respuesta.
Puede comenzarse con cualquier cosa aparentemente inofensiva, ¿abre hecho bien? Quizás…
Nunca vas a saberlo, no puedes. Es difícil aceptar siempre a la opción correcta, pues es tan fácil desviarse, por amor, por odio, por desprecio, por esos celos que te terminan siempre volviendo loco. Cruzar el límite... Pero ¿Cuál? si no está marcado, se desvanece sin más, así, sin avisar ni pedir explicaciones. Y cuando paras en un momento, cuando no tienes tanta prisa y se te olvidan los descuidos, cuando te fijas en el egoísmo derrochado con quienes no deberías y buscas por algún motivo la razón de tus actos... Ni la verdad, ni la pureza, ni la esperanza, ni la inocencia pueden salvarnos de hacer mal alguno, por desgracia, así es por eso vamos directos a la consumición social, a los que el límite no les importa y aunque a otros les importaran nada podrían hacer.
Hace días una noche al pasear por una de las calles me fijé en un niño de unos tres añitos el cual intentaba por todo sus medios alcanzar una flor demasiada alta para él, y aunque intentara de todo; saltar, correr y hasta subirse en su triciclo la flor era inalcanzable, hasta que me acerqué y se la conseguí. Tan solo me regaló una simple sonrisa de esas que tanto gustan y de las que más llenan, y así sin más se fue dirigiéndose a su madre para regalarle esa flor que tanto esfuerzo le había costado.
Y son esas pequeñas cosas las que hace que te evites tantas preguntas y que le veas un poco de sentido a todo esto.

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